"Pero si me preguntan cuál es su nombre,
¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés:
"Yo soy el que soy. Así hablarás a los hijos
de Israel" (Éxodo 3, 14)
¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés:
"Yo soy el que soy. Así hablarás a los hijos
de Israel" (Éxodo 3, 14)
En un principio fue el Verbo. Eso lo sabemos todos, lo dicen las Sagradas Escrituras. En las Escrituras del científico social, puntualmente en el libro de Saussure, aparece el concepto de significante. El significante es el conjunto de sonidos de una palabra y el significado es lo que este conjunto de sonidos está transmitiendo como mensaje (1). A grosso modo, la palabra "perro", el sonido (huella sonora), es el significante. La idea de perro o quizás el perro mismo, el significado.
La lectura del Génesis que propongo identifica el Verbo con el significante. "Dijo Dios: Hágase la Luz (significante, palabra, nombre) y la Luz (significado, cosa, referente) se hizo". Jacques Lacan rechaza la división significado/significante y afirma que detrás del significante no hay nada. Un significante no remite a un significado sino a otros significantes, como "luz " ha de remitir necesariamente a "tinieblas" para definirse como tal.
En nuestra vida cotidiana, poca atención prestamos a las palabras, a las que tomamos como mediadores neutrales entre sujetos y objetos. (Lacan destruye todas estas categorías, tema para otra discusión). La pregunta es: ¿qué une a las palabras con las cosas, quién les pone nombre y por qué? No es una pregunta trivial. Es el tema del primer capítulo del Génesis, acaso la mayor fuente de la cultura occidental
Platón, Borges, Lacan, Eco, estarían más o menos de acuerdo en esto: el objeto no es más que -o no se define como tal sino por- su nombre. En El Golem, Borges dice que Platón dice que "en las letras de rosa está la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo".
Ahora bien, ¿qué los une? ¿Qué une a la palabra "Nilo" con el Nilo? Los pensadores descriptivistas (Bertrand Russell y otros) sostienen que la palabra es una descripción abreviada del objeto. Nilo: río de África, de 6700 kilometros de longitud, etc. Si el río del que hablamos no atraviesa ese continente, o no tiene esa longitud, no es el Nilo. La propuesta de Saul Kripke y los antidescriptivistas dice que el nombre se vincula con el objeto por un "bautismo primigenio", un momento determinado en el que se denomina la cosa y que se mantiene en el tiempo aunque todas las características del objeto se modifiquen. Si descubriéramos que el Nilo en realidad tiene 9000 kilómetros, por ejemplo, o si parte del territorio de Egipto pasara a formar parte del continente asiático, diríamos "Ahora el Nilo es un río de Asia" o "tiene tal longitud" pero no que no es el Nilo. El ejemplo que utiliza Kripke es mucho más claro. Llamamos "oro" al metal precioso, brillante, amarillo, duro. Pero si descubriéramos mediante experimentos que su verdadero color es otro, no diríamos "esto no es oro" sino "el oro no tiene las características que le atribuimos en el pasado, sino otras".
Yo tengo un ejemplo mejor. El señor Kripke sabrá disculpar mi inmodestia. En el siglo V antes de Cristo, Demócrito afirmó que la materia estaba compuesta de unidades mínimas indivisibles. La palabra griega "átomo" (άτομος) significa precisamente "indivisible". Tenemos entonces encerrada en la palabra una descripción de lo que un átomo es: la unidad mínima indivisible de la materia. Esta teoría no tuvo fundamento científico hasta el siglo XIX de nuestra era, a partir de los estudios de Dalton, Thomson y otros. La teoría atómica moderna indentificó al átomo de Demócrito con esta esfera compuesta por un protones, electrones y neutrones. Un siglo después, la comunidad científica anunció lo imposible: el átomo puede dividirse. Habiendo llamado "átomo" a la bola grande con bolitas pequeñas que giran en torno a ella e ignorando el significado inicial de la palabra, se dijo "el átomo no es lo que hasta ahora creimos, ya que puede dividirse" y no "esto no es un átomo; el átomo del que hablaba Demócrito, si existe, hay que buscarlo en otra parte."
Slavoj Žižek, amigo de la casa, retoma en su libro El sublime objeto de la ideología (1989) la discusión entre descriptivistas y antidescriptivistas, toma partido por estos últimos y se pregunta: ¿qué hace, entonces, a un objeto idéntico a sí mismo aún cuando sus propiedades han cambiado? ¿Qué une, si no son sus propiedades, al objeto con su nombre, al átomo con el átomo? El esloveno nos da la respuesta: "Es el nombre, el significante, el que es el soporte de la identidad del objeto", la nominación construye su referencia.
Volvamos a Borges: "el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo". Detrás del nombre, no hay nada. Al menos, nada que podamos percibir o conocer. No hay nada metafórico en la expresión "el Verbo Creador". Creación y nominación son una misma cosa. Quien da nombre, da existencia, da vida.
Un excelente monólogo de Gila, incluía una afirmación de este tipo a partir del significante "Sherlock Holmes". El detective mira la escena del crimen y afirma: "Ha sido Jack, el destripador" y le preguntan: "¿Y usted cómo lo sabe?". La réplica es contundente: "Porque yo soy Sherlock Holmes ¡y a callar todo el mundo!". No se habla de su inteligencia, de su talento, de su experiencia. Sería insuficiente y acaso falso. Su nombre encierra todo lo que es y será.
El ejemplo más claro lo encontramos en una canción vulgar, una de las más vulgares de los últimos tiempos. Estamos hablando de Soy Superman, de Zambayonny. El estribillo, de simpleza extrema, casi una perogrullada, revela la retroactividad de la nominación de la que hablaba Žižek. Superman no es quien es por su fuerza, por su belleza, por su valor. Él es todo eso y más que eso. Él es, ante todo, su Nombre. "Superman" es el soporte de su identidad y tras su pronunciación, nada más puede decirse.
Evocando la presentación de Dios ante Moisés, en el libro del Éxodo ("Yo soy el que soy"), el poeta Zambayonny nos presenta al superhéroe de DC con una potencia verbal inusitada cuando repite incesantemente: "Yo soy Superman y me chupan la pija."
Fuentes:
Borges, J. L.: "El Golem" en Nueva Antología Personal. Buenos Aires: Emecé, 1968.
VV. AA, La Biblia. Barcelona: Herder, 1975.
Žižek, Slavoj: El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI, 2003. PP 134-5
En nuestra vida cotidiana, poca atención prestamos a las palabras, a las que tomamos como mediadores neutrales entre sujetos y objetos. (Lacan destruye todas estas categorías, tema para otra discusión). La pregunta es: ¿qué une a las palabras con las cosas, quién les pone nombre y por qué? No es una pregunta trivial. Es el tema del primer capítulo del Génesis, acaso la mayor fuente de la cultura occidental
Platón, Borges, Lacan, Eco, estarían más o menos de acuerdo en esto: el objeto no es más que -o no se define como tal sino por- su nombre. En El Golem, Borges dice que Platón dice que "en las letras de rosa está la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo".
Ahora bien, ¿qué los une? ¿Qué une a la palabra "Nilo" con el Nilo? Los pensadores descriptivistas (Bertrand Russell y otros) sostienen que la palabra es una descripción abreviada del objeto. Nilo: río de África, de 6700 kilometros de longitud, etc. Si el río del que hablamos no atraviesa ese continente, o no tiene esa longitud, no es el Nilo. La propuesta de Saul Kripke y los antidescriptivistas dice que el nombre se vincula con el objeto por un "bautismo primigenio", un momento determinado en el que se denomina la cosa y que se mantiene en el tiempo aunque todas las características del objeto se modifiquen. Si descubriéramos que el Nilo en realidad tiene 9000 kilómetros, por ejemplo, o si parte del territorio de Egipto pasara a formar parte del continente asiático, diríamos "Ahora el Nilo es un río de Asia" o "tiene tal longitud" pero no que no es el Nilo. El ejemplo que utiliza Kripke es mucho más claro. Llamamos "oro" al metal precioso, brillante, amarillo, duro. Pero si descubriéramos mediante experimentos que su verdadero color es otro, no diríamos "esto no es oro" sino "el oro no tiene las características que le atribuimos en el pasado, sino otras".
Yo tengo un ejemplo mejor. El señor Kripke sabrá disculpar mi inmodestia. En el siglo V antes de Cristo, Demócrito afirmó que la materia estaba compuesta de unidades mínimas indivisibles. La palabra griega "átomo" (άτομος) significa precisamente "indivisible". Tenemos entonces encerrada en la palabra una descripción de lo que un átomo es: la unidad mínima indivisible de la materia. Esta teoría no tuvo fundamento científico hasta el siglo XIX de nuestra era, a partir de los estudios de Dalton, Thomson y otros. La teoría atómica moderna indentificó al átomo de Demócrito con esta esfera compuesta por un protones, electrones y neutrones. Un siglo después, la comunidad científica anunció lo imposible: el átomo puede dividirse. Habiendo llamado "átomo" a la bola grande con bolitas pequeñas que giran en torno a ella e ignorando el significado inicial de la palabra, se dijo "el átomo no es lo que hasta ahora creimos, ya que puede dividirse" y no "esto no es un átomo; el átomo del que hablaba Demócrito, si existe, hay que buscarlo en otra parte."
Slavoj Žižek, amigo de la casa, retoma en su libro El sublime objeto de la ideología (1989) la discusión entre descriptivistas y antidescriptivistas, toma partido por estos últimos y se pregunta: ¿qué hace, entonces, a un objeto idéntico a sí mismo aún cuando sus propiedades han cambiado? ¿Qué une, si no son sus propiedades, al objeto con su nombre, al átomo con el átomo? El esloveno nos da la respuesta: "Es el nombre, el significante, el que es el soporte de la identidad del objeto", la nominación construye su referencia.
Volvamos a Borges: "el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo". Detrás del nombre, no hay nada. Al menos, nada que podamos percibir o conocer. No hay nada metafórico en la expresión "el Verbo Creador". Creación y nominación son una misma cosa. Quien da nombre, da existencia, da vida.
Un excelente monólogo de Gila, incluía una afirmación de este tipo a partir del significante "Sherlock Holmes". El detective mira la escena del crimen y afirma: "Ha sido Jack, el destripador" y le preguntan: "¿Y usted cómo lo sabe?". La réplica es contundente: "Porque yo soy Sherlock Holmes ¡y a callar todo el mundo!". No se habla de su inteligencia, de su talento, de su experiencia. Sería insuficiente y acaso falso. Su nombre encierra todo lo que es y será.
El ejemplo más claro lo encontramos en una canción vulgar, una de las más vulgares de los últimos tiempos. Estamos hablando de Soy Superman, de Zambayonny. El estribillo, de simpleza extrema, casi una perogrullada, revela la retroactividad de la nominación de la que hablaba Žižek. Superman no es quien es por su fuerza, por su belleza, por su valor. Él es todo eso y más que eso. Él es, ante todo, su Nombre. "Superman" es el soporte de su identidad y tras su pronunciación, nada más puede decirse.
Evocando la presentación de Dios ante Moisés, en el libro del Éxodo ("Yo soy el que soy"), el poeta Zambayonny nos presenta al superhéroe de DC con una potencia verbal inusitada cuando repite incesantemente: "Yo soy Superman y me chupan la pija."
Fuentes:
Borges, J. L.: "El Golem" en Nueva Antología Personal. Buenos Aires: Emecé, 1968.
VV. AA, La Biblia. Barcelona: Herder, 1975.
Žižek, Slavoj: El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI, 2003. PP 134-5