ME DIRIJO A CUALQUIERA, no hay nadie a quien mi libro no concierna. Pero mi lenguaje responde muy mal a lo que la mayoría espera, y la multitud, los hombres reunidos que forman la masa, no lo entenderán. En efecto, este lenguaje se dirige por separado a cada persona. Es confidencial, exige una audiencia secreta.
(...) Hablo de algo sencillo y no hay nadie que no lo experimente en todo momento: hablo de la vida que se consume, independientemente de la utilidad que tenga esta vida que se consume. Por tanto, yo no debería sorprender nunca. Hablo de algo que está siempre ante nosotros, ante todos nosotros. Pero siempre un poco secretamente. Solo un lenguaje confidencial lo comunica.
(...) ¿Quién reconoce sin rodeos que la carne y la vanidad le atormentan? Incluso si uno resiste con coraje, atormentan al más casto, al más humilde de nosotros, pero es rara la confesión de nuestras debilidades. Añadiría que la vanidad, la carne, no son las únicas que nos corroen por dentro. El horror de la muerte también nos atormenta de la misma manera secreta e inconfesable. Tanto que después de hablar de gloria, amor y muerte, tengo el sentimiento de alejar de mí a la masa de los hombres, pero al mismo tiempo la certidumbre de hacerme oir aisladamente, en voz baja, por cada uno de los que la forman.
Bataille, G. (1996) Lo que entiendo por soberanía. Barcelona: Paidós. PP. 59-61