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El Génesis es un mito fértil, y constituye un punto de referencia inevitable siempre que se plantean las preguntas trascendentales acerca del significado del ser humano. (...) Nuestros conceptos de la creación y la creatividad a lo largo de las épocas y las edades se han ido reflejando en él.
En la época preprotestante, san Agustín se preocupó de la cuestión de por qué Dios creó el mundo precisamente en el momento en el que lo hizo. En el siglo XVIII, el teólogo protestante Lightfoot se vanagloriaba de haber calculado con exactitud el momento preciso del acontecimiento. Basándose en la Biblia, llegó a la conclusión de que el mundo fue creado el viernes 23 de octubre del año 4004 a.C., a las nueve de la mañana. Sin duda, era muy adecuado para la ética protestante que la creación se hubiera llevado a cabo un viernes: el mundo fue creado al principio de la jornada laboral porque estaba destinado al trabajo.
Al considerar el trabajo un valor intrínseco, la ética protestante supone implícitamente que el estado de ociosidad perdido por la humanidad en su caída no constituyó al fin y al cabo una pérdida. En el siglo XVII, Milton, en su poema épico Paraíso perdido, se pregunta por qué Dios plantó un árbol prohibido en medio del Paraíso si los seres humanos no debían comer sus frutos. La respuesta de la ética protestante es que se esperaba que los seres humanos comieran de aquel fruto, y por tanto el trabajo, el sudor de su frente, constituía su sino verdadero y futuro.
En la evolución de la ética protestante, el Paraíso puede incluso llegar a considerarse la lección con la que se mostró a Adán y a Eva lo indeseable de la ociosidad. Cuando un ser humano está ocioso, encuentra una actividad sucedánea -comer- y luego acusa a otra persona de sus consecuencias perjudiciales. Una vida en la que uno es el responsable único de sus actos es de todas la más difícil. El trabajo es una respuesta: el signicado de la vida es utilizar el soldador, llevar los libros de contabilidad o ser un directivo o cualquier otra ocupación. Con la ayuda del trabajo, la identidad de una persona pasa a definirse prácticamente. Al trabajar, nadie tiene ya que levantarse preocupado por cómo vivir cada día.
En un mundo gobernado por la ética protestante, trabajamos porque no sabemos qué otra cosa hacer con nuestras vidas, al igual que vivimos porque no sabemos qué otra cosa podríamos hacer. Trabajamos para vivir... una vida que consiste en trabajar. Dicho con otras palabras, trabajamos para trabajar y vivimos para vivir. Ojalá Wilhelm Schneider se equivocara cuando afirmó que incluso en la futura vida celestial ¡necesitaríamos trabajar para que la eternidad no se hiciera tan larga!
La creatividad no destaca de forma particular en la ética protestante, cuyas creaciones típicas son el funcionariado y la empresa de estilo monástico. Ninguna de ellas estimula al individuo para que se dedique a la actividad creativa.
Fuente: Pekka Himanen (2001) La ética hacker y el espíritu de la era de la información. Barcelona: Destino, pp. 156-157
En la época preprotestante, san Agustín se preocupó de la cuestión de por qué Dios creó el mundo precisamente en el momento en el que lo hizo. En el siglo XVIII, el teólogo protestante Lightfoot se vanagloriaba de haber calculado con exactitud el momento preciso del acontecimiento. Basándose en la Biblia, llegó a la conclusión de que el mundo fue creado el viernes 23 de octubre del año 4004 a.C., a las nueve de la mañana. Sin duda, era muy adecuado para la ética protestante que la creación se hubiera llevado a cabo un viernes: el mundo fue creado al principio de la jornada laboral porque estaba destinado al trabajo.
Al considerar el trabajo un valor intrínseco, la ética protestante supone implícitamente que el estado de ociosidad perdido por la humanidad en su caída no constituyó al fin y al cabo una pérdida. En el siglo XVII, Milton, en su poema épico Paraíso perdido, se pregunta por qué Dios plantó un árbol prohibido en medio del Paraíso si los seres humanos no debían comer sus frutos. La respuesta de la ética protestante es que se esperaba que los seres humanos comieran de aquel fruto, y por tanto el trabajo, el sudor de su frente, constituía su sino verdadero y futuro.
En la evolución de la ética protestante, el Paraíso puede incluso llegar a considerarse la lección con la que se mostró a Adán y a Eva lo indeseable de la ociosidad. Cuando un ser humano está ocioso, encuentra una actividad sucedánea -comer- y luego acusa a otra persona de sus consecuencias perjudiciales. Una vida en la que uno es el responsable único de sus actos es de todas la más difícil. El trabajo es una respuesta: el signicado de la vida es utilizar el soldador, llevar los libros de contabilidad o ser un directivo o cualquier otra ocupación. Con la ayuda del trabajo, la identidad de una persona pasa a definirse prácticamente. Al trabajar, nadie tiene ya que levantarse preocupado por cómo vivir cada día.
En un mundo gobernado por la ética protestante, trabajamos porque no sabemos qué otra cosa hacer con nuestras vidas, al igual que vivimos porque no sabemos qué otra cosa podríamos hacer. Trabajamos para vivir... una vida que consiste en trabajar. Dicho con otras palabras, trabajamos para trabajar y vivimos para vivir. Ojalá Wilhelm Schneider se equivocara cuando afirmó que incluso en la futura vida celestial ¡necesitaríamos trabajar para que la eternidad no se hiciera tan larga!
La creatividad no destaca de forma particular en la ética protestante, cuyas creaciones típicas son el funcionariado y la empresa de estilo monástico. Ninguna de ellas estimula al individuo para que se dedique a la actividad creativa.
Fuente: Pekka Himanen (2001) La ética hacker y el espíritu de la era de la información. Barcelona: Destino, pp. 156-157