Una magnífica expresión que se utilizaba con fervor en tiempos de la civilización era esta: lo auténtico. A menudo lo poníamos en estrecha relación con otro término que nos era grato: el origen. Teníamos esta idea de que en el fondo, en el orígen de las cosas y de los gestos, se encontraba el lugar primigenio de sus salidas a la creación: allí, donde comenzaban, se podía captar su auténtico perfil. Lo imaginábamos obviamente, elevado y noble, y se medía la tensión moral de un gesto, o de una idea, o de un comportamiento, precisamente midiendo su proximidad con respecto a la autencidad originaria. Era un modo más bien frágil de plantear las cosas, pero era claro, y felizmente normativo. Permitía entrever una regla: y era una regla hermosa. Estéticamente apreciable y, por lo tanto, de alguna manera, fundada.
Pero ¿y ahora? Si hay algo que los bárbaros tienden a pulverizar son precisamente las nociones de auténtico y de origen. Están convencidos de que el sentido se desarrolla tan solo donde las cosas se ponen en movimiento, entrando en secuencia unas con otras, por lo que la categoría de origen les suena más bien insignificante. Es casi un lugar de soledad inalterada donde el sentido de las cosas está todavía por llegar. Donde nosotros veíamos el nido sagrado de la auténtico, de lo originario, ellos ven la caverna de la prehistoria en la que el mundo es poco más que una promesa. Donde nosotros situábamos el existir por excelencia, auténtico y puro, ellos tan solo perciben un mundo inicial de peligrosa fragilidad: para ellos la fuerza del sentido está en otra parte. Está después.
Dicho así, produce impresión, pero traducido a algún ejemplo ya verán como suena menos traumático. Marilyn Monroe. ¿Cuál era la cara auténtica de esa mujer? ¿Le importa a alguien saberlo de verdad? ¿No es más importante constatar lo que ha representado para millones de hombres, lo que fue y es en el imaginario colectivo? Y si les dicen que en realidad el sexo le resultaba molesto, ¿les va a importar mucho? Pongamos una hipótesis por un instante y aceptemos que le resultara realmente molesto: ¿no perciben hasta qué punto este rasgo auténtico, originario, no restaura de ninguna de las maneras el sentido que esa mujer ha tenido para la cultura occidental? En su figura, lo que es realmente aunténtico es lo que de esa figura ha cristalizado en la percepción colectiva. Marilyn Monroe es Marilyn Monroe, no Norma Jean Mortenson (que era su nombre auténtico y originario).
Trasladen un razonamiento como este a cualquier acontecimiento y tendrán el sentido, por ejemplo, de este periódico que están leyendo. ¿Piensan que en estas páginas se está intentando reconstruir la cara auténtica del mundo? No hay ni rastro de semejante ambición. Lo que sí hay, en cambio, es un formidable talento (aquí y en todo el periodismo contemporáneo) para cristalizar como realidad el frágil material que los hechos liberan al entrar en conexión con otros hechos y con el público. Es como si ellos (los periodistas) fueran capaces, más que otra gente, de seguir la trayectoria de los hechos y de descubrir el punto exacto en el que estas se entrecruzan con una atención colectiva, un nervio al descubierto, una disponibilidad de ánimo: sólo ahí, en esa feliz conjunción, los hechos se convierten en realidad.
¿Cuánto conservan de sus rasgos originales y, como decíamos, auténticos? Muy poco, por regla general. Pero esos rasgos, por convención, se han convertido en residuos no esenciales. Algo así como el verdadero nombre de Marilyn Monroe.
Baricco, A. Los Bárbaros (2010) [2006] Buenos Aires: Anagrama/La Página, pp. 121-23.
El editor de este blog se atrevió a reemplazar el "vosotros" por el "ustedes".
Sinceras disculpas a Xavier Gonzalez Rovira, el traductor.
Pero ¿y ahora? Si hay algo que los bárbaros tienden a pulverizar son precisamente las nociones de auténtico y de origen. Están convencidos de que el sentido se desarrolla tan solo donde las cosas se ponen en movimiento, entrando en secuencia unas con otras, por lo que la categoría de origen les suena más bien insignificante. Es casi un lugar de soledad inalterada donde el sentido de las cosas está todavía por llegar. Donde nosotros veíamos el nido sagrado de la auténtico, de lo originario, ellos ven la caverna de la prehistoria en la que el mundo es poco más que una promesa. Donde nosotros situábamos el existir por excelencia, auténtico y puro, ellos tan solo perciben un mundo inicial de peligrosa fragilidad: para ellos la fuerza del sentido está en otra parte. Está después.
Dicho así, produce impresión, pero traducido a algún ejemplo ya verán como suena menos traumático. Marilyn Monroe. ¿Cuál era la cara auténtica de esa mujer? ¿Le importa a alguien saberlo de verdad? ¿No es más importante constatar lo que ha representado para millones de hombres, lo que fue y es en el imaginario colectivo? Y si les dicen que en realidad el sexo le resultaba molesto, ¿les va a importar mucho? Pongamos una hipótesis por un instante y aceptemos que le resultara realmente molesto: ¿no perciben hasta qué punto este rasgo auténtico, originario, no restaura de ninguna de las maneras el sentido que esa mujer ha tenido para la cultura occidental? En su figura, lo que es realmente aunténtico es lo que de esa figura ha cristalizado en la percepción colectiva. Marilyn Monroe es Marilyn Monroe, no Norma Jean Mortenson (que era su nombre auténtico y originario).
Trasladen un razonamiento como este a cualquier acontecimiento y tendrán el sentido, por ejemplo, de este periódico que están leyendo. ¿Piensan que en estas páginas se está intentando reconstruir la cara auténtica del mundo? No hay ni rastro de semejante ambición. Lo que sí hay, en cambio, es un formidable talento (aquí y en todo el periodismo contemporáneo) para cristalizar como realidad el frágil material que los hechos liberan al entrar en conexión con otros hechos y con el público. Es como si ellos (los periodistas) fueran capaces, más que otra gente, de seguir la trayectoria de los hechos y de descubrir el punto exacto en el que estas se entrecruzan con una atención colectiva, un nervio al descubierto, una disponibilidad de ánimo: sólo ahí, en esa feliz conjunción, los hechos se convierten en realidad.
¿Cuánto conservan de sus rasgos originales y, como decíamos, auténticos? Muy poco, por regla general. Pero esos rasgos, por convención, se han convertido en residuos no esenciales. Algo así como el verdadero nombre de Marilyn Monroe.
Baricco, A. Los Bárbaros (2010) [2006] Buenos Aires: Anagrama/La Página, pp. 121-23.
El editor de este blog se atrevió a reemplazar el "vosotros" por el "ustedes".
Sinceras disculpas a Xavier Gonzalez Rovira, el traductor.