I. Escuela
"El Satyricon es un libro misterioso, sobre todo porque es fragmentario. Pero su fragmentarismo es, en cierto modo, emblemático. Emblemático del fragmentarismo en general del mundo antiguo tal como nos parece hoy a nosotros. (...) Como el de un paisaje desconocido, envuelto en una niebla densa que se desgarra a trozos y lo deja entrever. Los humanistas del Renacimiento se han servido de la Antigüedad para justificarse y expresarse, proyectando sobre ella su idea preconcebida de la Antigüedad. Pero yo no puedo proyectar nada, yo no tengo ideas preconcebidas. El mundo de la Antigüedad es para mí un mundo perdido con el cual mi ignorancia no me permite más que una relación de fantasía, imaginativa, nutrida de hipótesis y de sugerencias desenraizadas de cualquier información o conocimiento de tipo histórico.
La escuela, o al menos la escuela a la que yo he ido, casi siempre se aleja, se sobrepone, congelándolos, a los contenidos que quiere transmitir, los empobrece, los reduce a una serie interminable de nociones abstractas, sin significado, que al final no se refieren sino a sí mismas; es decir, a nada. El descubrimiento, el conocimiento del mundo pagano que se adquiere en la escuela, por ejemplo, es de tipo sensual, de nomenclatura, propicia una relación con aquel mundo hecha de desconfianza, de aburrimiento, de desinterés (...) Lo que yo veía en el Museo del Capitolio me dejaba casi indiferente, velado como estaba por aquel embotamiento absorbido durante su tétrica divulgación escolar."
"En el pasado no había reflexionado lo suficiente sobre la pregunta: ¿qué es la televisión? (...) La miraba con curiosidad distante; nunca me había preguntado cuál sería el punto de vista de quien quiere llegar a una platea tan indiferente como la de la televisión. Hay que tener en cuenta una cantidad de factores. ¡Demasiados! Antes que nada, desde el punto de vista de la comunicación, con quién se comunica uno y como se comunica. Al principio pensé que podía ser muy estimulante para un autor intentar un contacto más íntimo con su público -de hecho, te metes en la casa de ese espectador, le hablas a él, y te lo imaginas, a lo mejor en la cama, por lo que la relación con él todavía es más íntima, secreta, y esta condición podría garantizar una comunicación con él extraordinariamente sugestiva. En realidad no es cierto que las cosas sean así; es pura literatura; no es verdad que se llegue a tener una relación tan directa, tan amistosa. En primer lugar, el hecho de entrar en las casas le quita a la comunicación su carácter, digámoslo así, religioso. Quiero decir que cuando cierto número de personas se reúne en un lugar donde al levantarse el telón o encender una pantalla aparece alguien que cuenta una historia, tiene lugar verdaderamente la comunicación de un mensaje determinado. (...) Esta condición no se da en la televisión. No puede darse, y por consiguiente, falta el aspecto sagrado del espectáculo.
Por otra parte, no es el público quien sale de casa y viene a donde estás tú. Eres tú quien va a ellos: y ya esto te pone en una situación de inferioridad. (...) Tienes que vencer la actitud posesiva del espectador. El que tiene la televisión es el dueño de la televisión. (...) Eres tú quien debe entrar muy educadamente, estás obligado en seguida a interesar o a divertir a la gente que está en su casa, o sea, que está sentada a la mesa, que está comiendo, que está hablando por teléfono. Tú, autor, no puedes ignorar este dato y por esa razón tienes que ser, inmediatamente, tan entretenido en una época lo fueron los juglares, los saltimbanquis de la plaza pública que tenían que llamar la atención de la gente que iba y venía. (...) En resumen, el telespectador es el dueño de la televisión: si quiere puede tirarla por la ventana."
III. Fascismo
El fascismo y la adolescencia siguen siendo, en cierta medida, épocas históricas permanentes en nuestra vida. La adolescencia, de nuestra vida individual; el fascismo, de la nacional: este quedarse siendo, en resumen, eternamente niños, descargar las responsabilidades sobre los demás, vivir con la reconfortante sensación de que hay alguien que piensa por tí y una vez es la madre, otra vez el padre, otra vez intendente o el Duce, otra vez el obispo, la Virgen y la televisión. (...)
Me parece que las eternas premisas del fascismo se reconocen precisamente en el ser provincianos, en la falta de conocimiento de los problemas reales, en el rechazo a la profundización por pereza, por prejuicio, por comodidad, por presunción, el contacto individual de uno mismo con la vida. Jactarse de ser ignorantes, buscar la afirmación de uno mismo o de su grupo no con la fuerza que procede de la capacidad efectiva, de la experiencia, del contacto con la cultura sino con la jactancia, con las afirmaciones que terminan en sí mismas, el despliegue de cualidades imitadas en lugar de verdaderas. (...)
No se puede combatir el fascismo sin identificarlo con nuestra parte estúpida, mezquina, veleidosa; una parte que no tienen ningún partido político, de la cual deberíamos avergonzarnos y que para rechazar no basta con decir: yo milito en un partido antifascista. Porque esa parte está adentro de cada uno de nosotros y ya una vez el fascismo le ha prestado la voz, la autoridad, el crédito."
IV. Cine
Fuente: Fellini, F. (1998) [1980] Hacer una película. Buenos Aires: Perfil.
Dibujos publicados por la Fondazione Fellini, www.federicofellini.it
Dibujos publicados por la Fondazione Fellini, www.federicofellini.it