"Toda sociedad es un sistema de interpretación del mundo (...) Su propia identidad no es otra cosa que ese "sistema de interpretación", ese mundo que ella crea. Y esa es la razón por la cual la sociedad percibe como un peligro mortal todo ataque contra ese sistema de interpretación; lo persigue como un ataque contra su identidad, contra sí misma"

Cornelius Castoriadis (1988) Los dominios del hombre. Barcelona: Gedisa.


jueves, 20 de enero de 2011

El culto al Emperador

Política y religión en la Roma de los Césares


"Después de la victoria de Actium se propuso una apoteosis para Octavio, y el 27 el Senado le otorgó el título de Augusto. Octavio se opuso a la creación de un culto oficial a su persona en Italia, y prohibió la existencia en Roma de altares dedicados a él. Pero el culto imperial aparece en la parte oriental del Imperio y es muy probable que absorbiera creencias anteriores del origen divino de la monarquía, aparte de la lógica tendencia de las élites locales a manifestar en la forma más expresiva su lealtad a Roma y al Emperador. Sin duda alguna, Augusto vio en ello la posibilidad de crear un nexo de unión entre todas las partes del Imperio, y quizá favoreció la aparición de este culto en la parte oriental, porque eran las provincias de cuya fidelidad se hallaba menos seguro. De todos modos se dispuso (26 a. de J. C.) que el culto se establecería sólo en las provincias, que los oficiantes serían transeúntes , y que se dirigiría no a un emperador divino, sino a Diva-Roma et genius principis.
Más tarde, hacia el 15 A.C., el culto se extendió por la parte occidental (se han hallado altares en Lyon y Narbona) . Las municipalidades erigieron altares públicos para Roma y Augusto y crearon diversos cultos para honrar la divinidad del Padre de la Patria. Pronto pasó en España. En Italia probablemente empezó en plan privado entre las grandes familias, en forma de un altar colocado al lado del de los Manes. Más tarde aparecieron en los cruces de las calles, y al parecer fue una manifestación espontánea del pueblo. Este culto, que en un principio se prohibió por razones de orden, fue restablecido al fin por Augusto, quien permitió que se colocara su estatua en estos altares.
(...) El culto se presentaba en dos formas: en las provincias se adoraba a Roma y a Augusto (precisión de un nexo de fidelidad a Roma), y en Italia al genius principis, evidenciando que el culto no estaba dirigido a la persona física del Princeps. Pero a la muerte del Emperador, el Senado le otorgó a apoteosis al transformarlo en Dios. A partir de aquel momento todo emperador quedó asociado al culto de los emperadores precedentes y, a pesar de ciertas divergencias de interpretación, fue el nudo de la unidad de aquella religión"


Jacques Ellul, Historia de la propaganda
Caracas: Monte Ávila, 1969. Pp. 40-42