por Lewis Mumford
En el comienzo los hombres adoraron al símbolo como poder mágico; como palabra o como imagen era el núcleo mismo de su humandidad, la condición para poder trascender una inteligencia animal puramente instintiva. Durante un largo período, el símbolo hizo a los hombres arrogantes y menospreciaron a la herramienta y al proceso por ella fomentado. Pero hoy predomina la condición exactamente opuesta. Estamos llenos de humildes recelos o de despreciativo cinismo acerca del símbolo. Gracias a la hartante abundancia de nuestros recursos reproductivos, envilecemos el símbolo, y lo rebajamos tratándolo con desprecio, con negligencia, creyendo sólo a medias en la importancia de su empleo. Por el contrario, sobrevaloramos el instrumento técnico: la máquina se ha convertido en nuestra principal fuente de magia y nos ha hecho abrigar la falsa creencia de poseer poderes divinos. Una época que ha devaluado todos sus símbolos, ha convertido la máquina misma en un símbolo universal: un dios al cual se debe rendir culto. En estas condiciones, ni el arte ni la técnica gozan de un estado saludable.
Lewis Mumford, "Arte técnica e integración cultural" (1952)
en Textos Escogidos. Buenos Aires: Godot, 2009. PP 105-106
Foto: revista Time (1938)